Capítulo 11

Ahora.
{Narra Jess}
Cuantas más vueltas das a un pensamiento, más remoto te parece. Empiezas a pensar que el pensamiento es absurdo e incoherente. A mí me ha pasado mucho, y me limito a apartarlo de mi mente, cuanto antes mejor. El pensamiento puede ser cualquiera, por muy insignificante que pueda ser. Y mi curiosidad por conocer si soy la única a la que le ocurre esto acaba afectándome, y lo único que he conseguido compartiéndolo es que el resto me mire con ojos eclipsados.
Mucha gente dice que he cambiado, que los hechos que protagonizan mi pasado han tomado venganza, y que me han convertido en lo que soy ahora. Tantas veces me lo han dicho que ya no me molesto cuando me lo dicen. Antes me afectaba de una forma u otra, pero ahora las palabras corren por un rincón de mi mente que trato de ignorar.
Mi círculo de amistades se ha ampliado gracias a la carrera que estoy estudiando, y a ellos mi pasado no parece importarle, ya que ellos me conocieron así, no como era antes. La gente que me rodea ahora no conoce a la Jess rubia, con los ojos brillantes y siempre alegres, y no a la Jess morena, que sólo sonríe si es necesario y que viste con ropas oscuras y anchas la mayoría del tiempo. Se podría decir que están acostumbrados a mis respuestas no siempre amables, pero aún así me aprecian de la misma manera, ya que, todos mis amigos, son como yo.
Probablemente, si la gente de mi pasado me conociera ahora, no me reconocería. No sólo por el aspecto, si no también por mi forma de vida de ahora. Y me dirían que estoy yendo por el lado equivocado, que ya tenía mi futuro escrito y que lo estoy arruinando con mis actos. Es lo que pretendo; cambiar mi futuro, porque el pasado no puedo.
Ahora vivo con otras cuatro personas. Dos chicas y dos chicos, y no nos conocemos el uno al otro mucho, pero coincidimos en una cosa: el pasado no nos marca y tratamos ser libre de él. Sólo compartimos unos minutos de la mañana y tarde por la tarde, ya que tres de ellos madrugan para ir a trabajar y así pagar el alquiler del piso que compartimos. Yo y el chico que queda, seguimos estudiando. Mi madre, aún por el poco contacto que tenemos, me sigue mandando dinero mensual. Ese es nuestro pequeño trato; ella paga los dos primeros años del piso, y a cambio yo no bajo del siete en mi nota media.
Eso es algo que mis compañeros de piso no saben. No saben que mantengo esta relación tan estrecha con mi madre, ya que todos no tienen ninguna con la suya. Ellos son distantes, pero a la vez son amables. Sobre todo al principio. Me trataban como si me podrían romper. Pero se ablandó en confianza al cabo de dos meses, y la relación ahora está bien amueblada.
El piso en el que vivimos es pequeño, pero suficiente para los cinco. Tengo suerte de que no tengo que compartir habitación con nadie, ya que hay tres habitaciones, una pequeña cocina, un salón medianamente amplio y dos baños. Suficiente para mí. Lo que sí me mantiene despierta algunas noches, son los contantes crujidos de la madera vieja estremeciéndose con el viento, y el gemido de éste colándose por las rendijas sin cerrar. El bloque de pisos es muy viejo, y se cae a cachos. Mis compañeros dicen que no debo preocuparme, que lleva en mal estado veinte años, pero eso sólo consigue que me preocupe más.
El chico que no trabaja, como yo, pasa mucho tiempo conmigo, y es con el que más confianza tengo, ya que fue él quien me introdujo a sus compañeros y el que me pidió que viviera con ellos. No es que tengamos la relación más sólida de todas. Tampoco es la mejor amistad, y casi incluso dudo que lo sea. Es solo que con él paso la mayoría de mi tiempo. Ninguno sabe del pasado del otro, y sé que ambos pensamos que es lo mejor y que carece de importancia.
¿Para qué recordar el pasado, si lo que voy a compartir con él es el presente?
Creo recordar que su nombre es John, aunque por una u otra razón, el resto de compañeros lo llaman Kepper. Desconozco el por qué, pero sólo he escuchado a los profesores llamarle por su nombre de pila, y su reacción es siempre un gruñido de desaprobación. Al final del curso, todos acaban llamándole por su apellido. Su aspecto es oscuro, nunca he visto vestirse con ropas de colores claros, exceptuando el blanco. Su pelo es corto y negro. Tan negro como el azabache, y, dependiendo de cómo le de la luz, surgen algunos reflejos azul eléctrico. Claro que, si no te fijas bien, no lo ves. Su piel es blanca como la de cualquier otro inglés, y sus ojos grandes y rasgados, grises oscuros como el de las nubes de las tormentas más oscuras. Podría decirse que es guapo.
Parece casualidad justo cuando él abre la puerta de mi habitación y se asoma por ella, sonriéndome débilmente. Aunque sé a qué viene, me sobresalto incómoda cuando veo que permanece parado en la puerta, esperando a que reaccione.
-¿Estás lista? -opta por decir cuando ve que no me muevo de mi sitio.
Me doy una palmada en la frente mentalmente por ser tan tonta y asiento, devolviendole la sonrisa. Aparto el portátil de encima mía y me levanto de la cama para ponerme las zapatillas.
Kepper espera paciente en la puerta y me mira de soslayo, no queriendo meterme prisa.
Atravesamos el estrecho pasillo hasta llegar al vestíbulo. La puerta está abierta y la chica con el pelo rojo está hablando con alguien al otro lado de la puerta. Sólo puedo ver su pelo y escuchar su voz grave. Se ríe.
Con el ceño fruncido, avanzo hasta donde está ella y lanzo una mirada expectante.
La pelirroja se gira y me mira con una sonrisa de oreja a oreja.
-Jess, Kepper, hay alguien a quien me gustaría presentaros.
Alzo las cejas. Una chica no muy alta y muy muy delgada con aspecto vulnerable entra en el vestíbulo con una sonrisa tímida. Sus finísimas piernas parecen dos palos cubiertos con una tela negra, y el cuerpo lo tiene cuierto con una sudadera tres tallas más grande que la suya gris y muy desgastada. El pelo liso y moreno le cae por la cara, pálida y escondida por su pelo. Se agarra las mangas de la sudadera con fuerza.
Intento sonreír, y me acerco a ella para darle dos besos.
-Encantada, soy Jess.
Sus ojos se posan en los míos por escasos dos segundos. Marrones y profundos. Me resultan horriblemente familiares. Los aparta con rapidez y sus movimientos se convierten en torpes y nerviosos.
-Squizz -dice con voz temblorosa y apenas en un susurro.
Un sobrenombre. Otro sobrenombre. Voy a preguntarle de dónde viene el nombre cuando me recuerdo a mí misma la norma de la casa.
Nada de preguntas.
Kepper se presenta también, y la chica con el pelo rojo me mira.
-Es la chica nueva que os dije que vendría. Ha venido antes de lo esperado -añade una risa.
Lo que significa, adiós libertad y hola compañera de cuarto.
-Perfecto. ¿Cuándo te instalarías? -pregunto sonriéndole.
Sus ojos vacilan y se pone más nerviosa todavía. Me mira sin mirarme a los ojos.
-Hoy.
-¿Hoy? -decimos Kepper y yo a la vez.
La chica pelirroja nos interrumpe.
-Está todo arreglado, chicos. No os preocupéis.
Asiento.
-Está bien. Esperame aquí.
Me doy la vuelta y voy hasta mi habitación. Pongo mi cama contra la pared y recojo todo lo que hay bajo la cama. La caja que tanto he guardado bajo la cama está todavía en su sitio bajo una gruesa capa de polvo blanco. La recogo del suelo y cuando voy a ponerla encima de la mesa, tropiezo con la pata de la cama y la caja cae al suelo, tirando todo su contenido al suelo.
Maldigo en voz baja cuando me levanto a recogerlo con prisa, metiendo las cosas de nuevo dentro y asegurándome que nadie ha visto los papeles que hay dentro. Son fotos, principalmente, de mi antigua vida. Fotos con amigos, fotos de mí misma, fotos con familiares. Las cuento rápidamente y me doy cuenta que falta una. Paso la mirada por el suelo de la habitación buscando la foto casi con desesperación. Sonrío de alivio cuando la veo en el umbral de la puerta. Gateo hasta ella y cuando llego, una mano del cielo baja y la recoge. Subo la mirada para saber quién la ha cogido con miedo, y veo que la chica nueva estudia la imagen con el ceño fruncido, con pánico en los ojos.
Me levanto del suelo y tiendo mi mano para que la chica me devuelva la foto. La mira unos segundos más y me la deja en la mano. No miro la foto demasiado; los recuerdos que me produce esa foto son demasiado dolorosos para poder soportarlos.
Abre la boca para preguntarme, pero yo le corto:
-Mi mejor amiga. Se suicidó hace dos años.
Y sin añadir nada más, meto la foto dentro de la caja y la empujo debajo de la cama. La chica me mira apenada, sin saber muy bien qué añadir y sin mirarme a los ojos todavía. Salgo de la habitación con una lágrima en el rabillo del ojo, que no dejo que salga.

~

-Es rara -digo por fin.
Kepper pone los ojos en blanco.
-Eso es justo lo que pensé de ti cuando te vi entrar por la puerta.
Intenta hacer que me sienta mal por decir eso de la chica nueva, pero no puedo evitarlo. Es rara.
-Eso no quira que lo sea. No me ha mirado a los ojos ni una sola vez. No ha pronunciado una palabra en voz alta. Es como si... quisiera esconderse de algo -sacudo la cabeza-. Por lo menos no tengo que preocuparme si habla mucho.
Se ríe ante mi comentario y no puedo evitar unirme a él.
Escogemos una mesa para sentarnos. Es un chico majo, muy amable a pesar de las apariencias oscuras, aunque el tiempo ya me ha enseñado que no se deben juzgar a las personas por las apariencias.
-Jess, déjala en paz. Seguro que tiene sus motivos para estar así.
Suspiro.
-Está bien. La dejaré en paz.
Me dedica una sonrisa y se la devuelvo. La camarera recoge nuestros pedidos en un trozo de papel con una sonrisa falsa y constante en su cara. Cuando se marcha, Kepper y yo no podemos evitar reírnos de su aspecto y de su trato hacia nosotros. No lo hacemos con mala intención, no tenemos nada en contra de ella, pero su aspecto aniñado y sus vestidos con tonos rosas nos producen risas sin poder evitarlo.
Aunque en el fondo, la camarera me recuerda tanto a mí que me parece ridículo. Antes yo era así, iba por la calle siempre con una sonrisa en la cara aunque estuviera al borde de las lágrimas aunque fuera por una tontería, vestía siempre como si fuera a un evento muy importante, siempre arreglada y bien vestida, con tonos siempre claros. Me importaba demasiado lo que los demás pensaran sobre mí, y eso hizo que me diera cuenta de en dónde me estaba metiendo realmente.
Sacudo la cabeza intentando borrar los trazos de mi pasado que me colorean la mente, y para distraerla, paso a pensar que mi relación con Kepper no es tan mala como en realidad pensaba que lo era. En realidad, ámbos nos lo pasamos muy bien juntos, y cada vez que salía con él a algún lado me sentía protegida y en buenas manos. Aunque él es un chico muy reservado y no le gusta decir las cosas que le pasan por la cabeza en alto, sé que le gusta mi compañía, ya que no se mostraba así de abierto con el resto de compañeros, aunque con ellos ha pasado más tiempo que conmigo. Varios años, incluso. Y aún así, de alguna forma conmigo es diferente.
Creo que no puedo evitar ser amable con la gente. Cuando intenté evadirme de la gente de mi pasado, creé un segundo yo para que no me pasara como me había pasado. Uno de los errores que cometí fue ser demasiado buena y flexible, y ahora estoy intentando cambiar eso, pero parece que no puedo evitarlo.
Aunque no me molesta ser amable con Kepper como me molesta serlo con la chica pelirroja, también compañera mía de la que siempre se me olvida el nombre. Cada vez que la busco siempre la encuentro sin tener que llamar su nombre, o sobrenombre. En el piso soy la única que no ha sido capaz de idear un sobrenombre decente, aunque tampoco es que haya dedicado demasiado tiempo a ello. No tengo nada en contra de mi mente ni quiero esconderme de nadie, así que decidí dejar mi nombre como está.
-Igual es el uniforme del trabajo. Creo que no hay nada más rosa que lo que lleva puesto -dice Kepper, mirando de reojo a la barra, donde la chica está preparando nuestros batidos.
Sigo su mirada, y me doy cuenta que lleva un vesido hasta las rodillas pomposo rosa fucsia y con un delantal amarillo pálido cubriendo la parte delantera de él. Más que fucsia parece una luz de discoteca. Aparto la mirada.
-Espero que lo sea. No puedo mirarlo dos segundos seguidos sin que me duelan los ojos.
Ambos reímos ante mi comentario. Vemos a la susodicha acercarse con la estúpida sonrisa en la cara y con una bandeja plateada sobre su mano. Se agacha y pone los dos vasos de cristal en la mesa más una bandejita de metal con un trozo de papel encima. Nos sonríe una última vez y se va.
-Pagas tú -decimos los dos a la vez.
-Yo pagué la última vez. Te toca a ti -dice él, levantando las manos.
-¡Eso es mentira! Yo he pagado siempre que venimos porque dices que aún no has cobrado tu sueldo.
Suspira.
-Es que ún no he cobrado mi sueldo.
-Me da iguaaaal. Te toca pagar a ti. Si hace falta prostitúyete, pero ésta vez yo no pago.
Suspira de nuevo y saca un degado fajo de billetes de su bolsillo. Mirándome con una sonrisa juguetona, deja un arrugado y sucio billete de cinco en la bandejita.
-Pero la próxima pagas tú.
-Eso ya veremos -digo, con una sonrisa triunfante en la cara y dando un sorbo a mi batido de chocolate con nada montada.
Miro la puerta del local cuando escucho una campanita cuando se abre la y mi sonrisa se desvanece cuando veo a la última persona que quiero ver entrar en él con una carcajada de alegría.




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No sé si podré subir el miércoles que viene porque me voy a Madrid para el concierto entonces no sé si voy a tener tiempo de terminar el capítulo 12, veré si lo subo o no :) 
Gracias por leer <3
-mau