Ahora.
{Narra
Jess}
Cuantas
más vueltas das a un pensamiento, más remoto te parece. Empiezas a
pensar que el pensamiento es absurdo e incoherente. A mí me ha
pasado mucho, y me limito a apartarlo de mi mente, cuanto antes
mejor. El pensamiento puede ser cualquiera, por muy insignificante
que pueda ser. Y mi curiosidad por conocer si soy la única a la que
le ocurre esto acaba afectándome, y lo único que he conseguido
compartiéndolo es que el resto me mire con ojos eclipsados.
Mucha
gente dice que he cambiado, que los hechos que protagonizan mi pasado
han tomado venganza, y que me han convertido en lo que soy ahora.
Tantas veces me lo han dicho que ya no me molesto cuando me lo dicen.
Antes me afectaba de una forma u otra, pero ahora las palabras corren
por un rincón de mi mente que trato de ignorar.
Mi
círculo de amistades se ha ampliado gracias a la carrera que estoy
estudiando, y a ellos mi pasado no parece importarle, ya que ellos me
conocieron así, no como era antes. La gente que me rodea ahora no
conoce a la Jess rubia, con los ojos brillantes y siempre alegres, y
no a la Jess morena, que sólo sonríe si es necesario y que viste
con ropas oscuras y anchas la mayoría del tiempo. Se podría decir
que están acostumbrados a mis respuestas no siempre amables, pero
aún así me aprecian de la misma manera, ya que, todos mis amigos,
son como yo.
Probablemente,
si la gente de mi pasado me conociera ahora, no me reconocería. No
sólo por el aspecto, si no también por mi forma de vida de ahora. Y
me dirían que estoy yendo por el lado equivocado, que ya tenía mi
futuro escrito y que lo estoy arruinando con mis actos. Es lo que
pretendo; cambiar mi futuro, porque el pasado no puedo.
Ahora
vivo con otras cuatro personas. Dos chicas y dos chicos, y no nos
conocemos el uno al otro mucho, pero coincidimos en una cosa: el
pasado no nos marca y tratamos ser libre de él. Sólo compartimos
unos minutos de la mañana y tarde por la tarde, ya que tres de ellos
madrugan para ir a trabajar y así pagar el alquiler del piso que
compartimos. Yo y el chico que queda, seguimos estudiando. Mi madre,
aún por el poco contacto que tenemos, me sigue mandando dinero
mensual. Ese es nuestro pequeño trato; ella paga los dos primeros
años del piso, y a cambio yo no bajo del siete en mi nota media.
Eso
es algo que mis compañeros de piso no saben. No saben que mantengo
esta relación tan estrecha con mi madre, ya que todos no tienen
ninguna con la suya. Ellos son distantes, pero a la vez son amables.
Sobre todo al principio. Me trataban como si me podrían romper.
Pero se ablandó en confianza al cabo de dos meses, y la relación
ahora está bien amueblada.
El
piso en el que vivimos es pequeño, pero suficiente para los cinco.
Tengo suerte de que no tengo que compartir habitación con nadie, ya
que hay tres habitaciones, una pequeña cocina, un salón
medianamente amplio y dos baños. Suficiente para mí. Lo que sí me
mantiene despierta algunas noches, son los contantes crujidos de la
madera vieja estremeciéndose con el viento, y el gemido de éste
colándose por las rendijas sin cerrar. El bloque de pisos es muy
viejo, y se cae a cachos. Mis compañeros dicen que no debo
preocuparme, que lleva en mal estado veinte años, pero eso sólo
consigue que me preocupe más.
El
chico que no trabaja, como yo, pasa mucho tiempo conmigo, y es con el
que más confianza tengo, ya que fue él quien me introdujo a sus
compañeros y el que me pidió que viviera con ellos. No es que
tengamos la relación más sólida de todas. Tampoco es la mejor
amistad, y casi incluso dudo que lo sea. Es solo que con él paso la
mayoría de mi tiempo. Ninguno sabe del pasado del otro, y sé que
ambos pensamos que es lo mejor y que carece de importancia.
¿Para
qué recordar el pasado, si lo que voy a compartir con él es el
presente?
Creo
recordar que su nombre es John, aunque por una u otra razón, el
resto de compañeros lo llaman Kepper. Desconozco el por qué, pero
sólo he escuchado a los profesores llamarle por su nombre de pila, y
su reacción es siempre un gruñido de desaprobación. Al final del
curso, todos acaban llamándole por su apellido. Su aspecto es
oscuro, nunca he visto vestirse con ropas de colores claros,
exceptuando el blanco. Su pelo es corto y negro. Tan negro como el
azabache, y, dependiendo de cómo le de la luz, surgen algunos
reflejos azul eléctrico. Claro que, si no te fijas bien, no lo ves.
Su piel es blanca como la de cualquier otro inglés, y sus ojos
grandes y rasgados, grises oscuros como el de las nubes de las
tormentas más oscuras. Podría decirse que es guapo.
Parece
casualidad justo cuando él abre la puerta de mi habitación y se
asoma por ella, sonriéndome débilmente. Aunque sé a qué viene, me
sobresalto incómoda cuando veo que permanece parado en la puerta,
esperando a que reaccione.
-¿Estás
lista? -opta por decir cuando ve que no me muevo de mi sitio.
Me
doy una palmada en la frente mentalmente por ser tan tonta y asiento,
devolviendole la sonrisa. Aparto el portátil de encima mía y me
levanto de la cama para ponerme las zapatillas.
Kepper
espera paciente en la puerta y me mira de soslayo, no queriendo
meterme prisa.
Atravesamos
el estrecho pasillo hasta llegar al vestíbulo. La puerta está
abierta y la chica con el pelo rojo está hablando con alguien al
otro lado de la puerta. Sólo puedo ver su pelo y escuchar su voz
grave. Se ríe.
Con
el ceño fruncido, avanzo hasta donde está ella y lanzo una mirada
expectante.
La
pelirroja se gira y me mira con una sonrisa de oreja a oreja.
-Jess,
Kepper, hay alguien a quien me gustaría presentaros.
Alzo
las cejas. Una chica no muy alta y muy muy delgada con aspecto
vulnerable entra en el vestíbulo con una sonrisa tímida. Sus
finísimas piernas parecen dos palos cubiertos con una tela negra, y
el cuerpo lo tiene cuierto con una sudadera tres tallas más grande
que la suya gris y muy desgastada. El pelo liso y moreno le cae por
la cara, pálida y escondida por su pelo. Se agarra las mangas de la
sudadera con fuerza.
Intento
sonreír, y me acerco a ella para darle dos besos.
-Encantada,
soy Jess.
Sus
ojos se posan en los míos por escasos dos segundos. Marrones y
profundos. Me resultan horriblemente familiares. Los aparta con
rapidez y sus movimientos se convierten en torpes y nerviosos.
-Squizz
-dice con voz temblorosa y apenas en un susurro.
Un
sobrenombre. Otro sobrenombre. Voy a preguntarle de dónde viene el
nombre cuando me recuerdo a mí misma la norma de la casa.
Nada
de preguntas.
Kepper
se presenta también, y la chica con el pelo rojo me mira.
-Es
la chica nueva que os dije que vendría. Ha venido antes de lo
esperado -añade una risa.
Lo
que significa, adiós libertad y hola compañera de cuarto.
-Perfecto.
¿Cuándo te instalarías? -pregunto sonriéndole.
Sus
ojos vacilan y se pone más nerviosa todavía. Me mira sin mirarme a
los ojos.
-Hoy.
-¿Hoy?
-decimos Kepper y yo a la vez.
La
chica pelirroja nos interrumpe.
-Está
todo arreglado, chicos. No os preocupéis.
Asiento.
-Está
bien. Esperame aquí.
Me
doy la vuelta y voy hasta mi habitación. Pongo mi cama contra la
pared y recojo todo lo que hay bajo la cama. La caja que tanto he
guardado bajo la cama está todavía en su sitio bajo una gruesa capa
de polvo blanco. La recogo del suelo y cuando voy a ponerla encima de
la mesa, tropiezo con la pata de la cama y la caja cae al suelo,
tirando todo su contenido al suelo.
Maldigo
en voz baja cuando me levanto a recogerlo con prisa, metiendo las
cosas de nuevo dentro y asegurándome que nadie ha visto los papeles
que hay dentro. Son fotos, principalmente, de mi antigua vida. Fotos
con amigos, fotos de mí misma, fotos con familiares. Las cuento
rápidamente y me doy cuenta que falta una. Paso la mirada por el
suelo de la habitación buscando la foto casi con
desesperación. Sonrío de alivio cuando la veo en el umbral de la
puerta. Gateo hasta ella y cuando llego, una mano del cielo baja y la
recoge. Subo la mirada para saber quién la ha cogido con miedo, y
veo que la chica nueva estudia la imagen con el ceño fruncido, con
pánico en los ojos.
Me
levanto del suelo y tiendo mi mano para que la chica me devuelva la
foto. La mira unos segundos más y me la deja en la mano. No miro la
foto demasiado; los recuerdos que me produce esa foto son demasiado
dolorosos para poder soportarlos.
Abre
la boca para preguntarme, pero yo le corto:
-Mi
mejor amiga. Se suicidó hace dos años.
Y
sin añadir nada más, meto la foto dentro de la caja y la empujo
debajo de la cama. La chica me mira apenada, sin saber muy bien qué
añadir y sin mirarme a los ojos todavía. Salgo de la habitación
con una lágrima en el rabillo del ojo, que no dejo que salga.
~
-Es
rara -digo por fin.
Kepper
pone los ojos en blanco.
-Eso
es justo lo que pensé de ti cuando te vi entrar por la puerta.
Intenta
hacer que me sienta mal por decir eso de la chica nueva, pero no
puedo evitarlo. Es rara.
-Eso
no quira que lo sea. No me ha mirado a los ojos ni una sola vez. No
ha pronunciado una palabra en voz alta. Es como si... quisiera
esconderse de algo -sacudo la cabeza-. Por lo menos no tengo que
preocuparme si habla mucho.
Se
ríe ante mi comentario y no puedo evitar unirme a él.
Escogemos
una mesa para sentarnos. Es un chico majo, muy amable a pesar de las
apariencias oscuras, aunque el tiempo ya me ha enseñado que no se
deben juzgar a las personas por las apariencias.
-Jess,
déjala en paz. Seguro que tiene sus motivos para estar así.
Suspiro.
-Está
bien. La dejaré en paz.
Me
dedica una sonrisa y se la devuelvo. La camarera recoge nuestros
pedidos en un trozo de papel con una sonrisa falsa y constante en su
cara. Cuando se marcha, Kepper y yo no podemos evitar reírnos de su
aspecto y de su trato hacia nosotros. No lo hacemos con mala
intención, no tenemos nada en contra de ella, pero su aspecto
aniñado y sus vestidos con tonos rosas nos producen risas sin poder
evitarlo.
Aunque
en el fondo, la camarera me recuerda tanto a mí que me parece
ridículo. Antes yo era así, iba por la calle siempre con una
sonrisa en la cara aunque estuviera al borde de las lágrimas aunque
fuera por una tontería, vestía siempre como si fuera a un evento
muy importante, siempre arreglada y bien vestida, con tonos siempre
claros. Me importaba demasiado lo que los demás pensaran sobre mí,
y eso hizo que me diera cuenta de en dónde me estaba metiendo
realmente.
Sacudo
la cabeza intentando borrar los trazos de mi pasado que me colorean
la mente, y para distraerla, paso a pensar que mi relación con
Kepper no es tan mala como en realidad pensaba que lo era. En
realidad, ámbos nos lo pasamos muy bien juntos, y cada vez que salía
con él a algún lado me sentía protegida y en buenas manos. Aunque
él es un chico muy reservado y no le gusta decir las cosas que le
pasan por la cabeza en alto, sé que le gusta mi compañía, ya que
no se mostraba así de abierto con el resto de compañeros, aunque
con ellos ha pasado más tiempo que conmigo. Varios años, incluso. Y
aún así, de alguna forma conmigo es diferente.
Creo
que no puedo evitar ser amable con la gente. Cuando intenté evadirme
de la gente de mi pasado, creé un segundo yo para que no me pasara
como me había pasado. Uno de los errores que cometí fue ser
demasiado buena y flexible, y ahora estoy intentando cambiar eso,
pero parece que no puedo evitarlo.
Aunque
no me molesta ser amable con Kepper como me molesta serlo con la
chica pelirroja, también compañera mía de la que siempre se me
olvida el nombre. Cada vez que la busco siempre la encuentro sin
tener que llamar su nombre, o sobrenombre. En el piso soy la única
que no ha sido capaz de idear un sobrenombre decente, aunque tampoco
es que haya dedicado demasiado tiempo a ello. No tengo nada en contra
de mi mente ni quiero esconderme de nadie, así que decidí dejar mi
nombre como está.
-Igual
es el uniforme del trabajo. Creo que no hay nada más rosa que lo que
lleva puesto -dice Kepper, mirando de reojo a la barra, donde la
chica está preparando nuestros batidos.
Sigo
su mirada, y me doy cuenta que lleva un vesido hasta las rodillas
pomposo rosa fucsia y con un delantal amarillo pálido cubriendo la
parte delantera de él. Más que fucsia parece una luz de discoteca.
Aparto la mirada.
-Espero
que lo sea. No puedo mirarlo dos segundos seguidos sin que me duelan
los ojos.
Ambos
reímos ante mi comentario. Vemos a la susodicha acercarse con la
estúpida sonrisa en la cara y con una bandeja plateada sobre su
mano. Se agacha y pone los dos vasos de cristal en la mesa más una
bandejita de metal con un trozo de papel encima. Nos sonríe una
última vez y se va.
-Pagas
tú -decimos los dos a la vez.
-Yo
pagué la última vez. Te toca a ti -dice él, levantando las manos.
-¡Eso
es mentira! Yo he pagado siempre que venimos porque dices que aún no
has cobrado tu sueldo.
Suspira.
-Es
que ún no he cobrado mi sueldo.
-Me
da iguaaaal. Te toca pagar a ti. Si hace falta prostitúyete, pero
ésta vez yo no pago.
Suspira
de nuevo y saca un degado fajo de billetes de su bolsillo. Mirándome
con una sonrisa juguetona, deja un arrugado y sucio billete de cinco
en la bandejita.
-Pero
la próxima pagas tú.
-Eso
ya veremos -digo, con una sonrisa triunfante en la cara y dando un
sorbo a mi batido de chocolate con nada montada.
Miro
la puerta del local cuando escucho una campanita cuando se abre la y
mi sonrisa se desvanece cuando veo a la última persona que quiero
ver entrar en él con una carcajada de alegría.
_______
No sé si podré subir el miércoles que viene porque me voy a Madrid para el concierto entonces no sé si voy a tener tiempo de terminar el capítulo 12, veré si lo subo o no :)
Gracias por leer <3
-mau
holaaaaaa :) nueva lectora aquí :D
ResponderEliminarme encanta la novela, me la leí como en menos de cuatro días, escribes muy bien jajajajaj
Me llamo Coni :3 soy de Chile<3 tengo 13 :) y tmb escribo jaja<3 te pasarías por ahí? :3
aquí esta el link:
untercerperonuevocomienzoonedirection.blogspot.com
buanooooo^^ siguelaaaa <3
Besooooos <3